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martes, 6 de marzo de 2007

Recuerdos de Cayastacito.



Recuerdos de Cayastacito

"Quien nació en pago chico, nunca olvida la querencia" Argentino Luna.

Difícil ordenar todos los recuerdos de mi pueblo, ese que dejé cuando tenia 6 años. Hoy, más de cuarenta años han pasado y esos maravillosos recuerdos, por suerte, no se han borrado de mi memoria.

Jugando con tierra en la calle... Las calles eran... y continúan siendo de tierra. No había veredas, solo caminitos entre la cuneta y el alambrado, tampoco habías tapiales. Pasto... ¡Que no era césped! rocetas que se clavaban en los talones.

Frente a casa, embarrándonos cuando llovía, corriendo de aqui para allá, sin otro juguete que la misma tierra suelta en la que nos revolcábamos y nuestras manos... O a los sumo alguna ramita seca a la que dábamos forma - ayudados por nuestra imaginación- de revólver, espada, bastón, lanza o lo que se nos ocurra... Así nomas, en pata y en cueros.

Hoy viendo las publicidades de jabones en polvo, donde se manifiesta lo bueno que es que los chicos se ensucien jugando... Recuerdo como nos ensuciábamos todos los santos días, indefectiblemente... Pobres nuestras madres que no tenían jabón en polvo, y mucho menos lavarropas. Ellas se sacrificaban dejándonos ensuciar por nuestro bien y luego renegaban lavando a mano con jabón blanco en pan, refregando las prendas en la ya desaparecida tabla de lavar.

Nos hacíamos a un lado para que pase algún carro, volanta, sulky, jardinera o algún paisano a caballo.

Todos indefectiblemente nos saludaban al pasar, una simple mano levantada o cuando iba el tambero con su mujer sentada muy elegantemente en el asiento de la jardinera, podía oirse de ella:

- Hola... Saludos a tu mamá... decile que mañana paso a tomar mate.

- Buenos doña Mechunga... Yo le aviso... Chau.

Por las mañanas el movimiento era intenso, los tamberos, luego de dejar sus tachos de leche en la cremería iban a hacer las compras... A la carnicería de Nica Bengochea, al almacén del Gringo Reynares, a la panadería de Zanutti, a tomarse una caña quemada en alguno de los boliches que siempre estuvieron.

La cremería los nucleaba a todos. "Chiquito Elizalde" era el encargado de la propia cremería y de hacer alguna que otra broma. Lo he escuchado contar que: Cuando alguno de los que llegaba era apurado por necesidades fisiológicas que lo apuraban al baño, que era un excusado, una letrina... Lo espiaba y esperaba que el pobre se hincara (Por supuesto no había inodoro) a dejar que sus urgencias salieran, para asentarle un fuerte golpe con un palo o una piedra sobre el techo de chapa, haciendo un estruendo terrible.

¡Imaginen semejante susto y mezcla de emociones! En el mismo momento que se consumaba la acción de alivio del vientre que venía torturando al pobre hombre, un estruendo terrible que no sabía si atribuir a una bomba, a un fuerte trueno o si había reventado la caldera de la cremería... Con los pantalones por el piso y la cola sin limpiar, era imposible una vez que se daba cuenta que se trataba de una broma, salir a buscar al malhechor que la había perpetrado.

Lo más gracioso sería ver la cara del infortunado cuando volvía a juntarse con el resto de los tamberos.

Mi viejo, el "Titi" Buratti trabajo muchos años allí, nos traía dulce de leche en tarros de cartón, que con mi hermano Sergio y mis primos, o algún vecino, comíamos a cucharadas de la misma tapa del tarro, la que usábamos de plato.

Hace un tiempo, cuando se casó mi primo "Carlitos" -Que eligió hacerlo en el pueblo que lo vió nacer, a pesar de estar lejos mucho tiempo.- Pasamos por la cremería en ruinas, mi viejo recordó muchas cosas... Imagino su nostalgia al ver que ese lugar que tuvo tanta vida y brindó mucho trabajo y prosperidad a tanta gente, esté tan olvidado y en ruinas.

Tirados en una pieza encontramos viejos registros de los tamberos, algunos de los cuales probablemente transcriba en este sitio luego.

Ir a comprar caramelos a lo de María Ines. Dueña del "Baratillo El Caburé" en la esquina de la plaza y pasar por la escuela mirando los lechuzones que estaban en el tanque de la escuela... Ellos también se entretenían viendo pasar los chicos. ¿Por que nos seguían atentamente con su mirada con un giro increíble de sus cabezas? Probablemente esa atención no era entretenimiento, si no estar alertas ya que los mas vagos probaban puntería con sus hondas contra estos curiosos personajes.

Cuando falleció mi abuela, Doña Dalmira Ferreyra de Gerarduzzi, a quien tambien quisiera homenajear en este sitio, volví a Cayastacito y con mis primos Carlos y Hugo Noceda entramos a la escuela, las mismas hamacas, la caballeriza donde los chicos que venían del campo dejaban sus caballos.

Carlos recordó cuando entramos a una de las aulas, que detrás de ese pizarrón había quedado una regla recién comprada, la que vaya a saber por que travesura fue a parar ahí y que le costó algún castigo en su casa. Probablemente la regla aún estuviera allí, no quisimos develar el misterio...

Los barriletes hechos con dos medias cañas cruzadas, unidas al centro y escuadrando sus extremos con hilo de algodón.

El diseño más simple, el que no necesitaba la asistencia de mayores, solo dos cañas. Podía ser cuadrado, o más simpático quedaba en rombo... Luego se forraba con cualquier papel, de diarios, de bolsas ¿Por que no papel de barriletes?... No, para eso hace falta plata y si la teníamos comprábamos caramelos o chupetines.

Sacarle harina de la cocina a la madre, un tarrito cualquiera para ponerla y agregarle agua y ya estaba listo el engrudo, a veces nos pasabamos de agua y otra vez había que ir a "robar" un poco de harina. Siempre nuestras madres descubrían el robo con increíbles dotes de detective... Claro... siempre dejábamos el frasco fuera del armario y encima destapado.

El arte de colocar los tirantes, desde donde tiraría el hilo, era toda una ciencia, de eso dependía que las leyes aerodinámicas hicieran que fuera posible remontarlo. Sabíamos mucho de eso, aunque ni siquiera imaginábamos que una ciencia llamada física explicaba todo con complicadísimas fórmulas.

- ¿Mami... tenes trapos viejos?...

Sin dejar de planchar con la plancha a kerosene, o preparar la comida, contestaba:

- Fijate en esa bolsa que está allá atrás hay sábanas rotas...

Las sábanas eran las más adecuadas, por que permitían hacer tiras mas largas para fabricar la cola, además era tela liviana y fácil de cortar, un cortecito en el borde y a tirar uno para cada lado... ¡Corte perfecto! Siguiendo una línea recta a través de la vieja tela dejando hilachas a ambos lados le daban un aspecto muy especial.

No era muy común tener ese tipo de tela... No se tiraban sábanas viejas todos los días, a veces eran restos de repasadores o alguna remera o camiseta nuestra, que era la ropa que más se rompía. Las dimensiones de estas prendas permitían listones muy cortos y así se formaba la cola de barriletes llena de nudos.

Si la cola era muy corta, con poco viento remontaba bien, pero se volvía inestable. Con cola más larga las oscilaciones eran mas suaves y el barrilete era muy estable, pero el viento debía ser más fuerte para poder remontarlo.

-¿Todo listo? ¡Ponele el hilo. Dale..! -Ordenaba algún impaciente del grupo.

El hilo, se enrollaba en un palito que era doble propósito: Uno servir para enrollar el hilo sin que se enrede y otro era el límite hasta donde había que soltar el mismo. De lo contrario, quien lo tenía, entusiasmado por que el barrilete le pedía más hilo, se le escapaba de las manos al no percibir donde terminaba el ovillo y todos a correr para alcanzarlo.

No teníamos demasiados problemas para encontrar lugares sin obstáculos para remontarlos... Cruzábamos el alambrado de cualquier campo vecino al pueblo y listo.

Campo sobraba y no estaban sembrados, y a nadie le importaba que varios chiquillos se metan a remontar barriletes, solo algunas vacas miraban inquietas... Nos cuidábamos de no vestirnos de rojo para que no nos vayan a correr los toros.

Otro peligro que provocaba algún que otro revolcón, se daba cuando, al ir corriendo entusiasmados mirando hacia atrás, nos tropezábamos con alguno de los tantos tacurúes que minaban los campos donde jugábamos.

- ¡Dale..! Vos sostenelo que yo corro.

Y ahí se venía la carrera contra el viento para darle velocidad para que pudiera remontar. Una vez arriba era soltarle la mayor cantidad de hilo... Que hiciera una gran "panza".

- ¿Le mandamos un papelito?

Cortábamos papeles cuadrados, o en círculos... Debían ser de un papel mas o menos grueso. Le hacíamos un agujerito en el centro y le insertábamos el hilo...

- ¡Cuidado! Que no se escape...

.. El papelito llevando un sueño de pibe al cielo, remontaba lentamente por el hilo hasta llegar a su destino. ¿Andarán por allá por el cielo esos sueños todavía? O... Quízas algunos lograron cumplirse...

Julio Ricardo Buratti
Recuerdos de Cayastacito